La intensa jornada como conscripto del Chacabuco
La Estrella vivió los preparativos del desfile de las Glorias del Ejército desde el interior del Regimiento Reforzado Nº 7.
Vencedor y jamás vencido. El lema del Ejército de Chile me dio vuelta en la cabeza durante todo el día, en especial, después de terminar a duras penas y con una gran sensación de mareo, las pruebas del Pentatlón militar. Había sido una jornada extenuante, de ritmo intenso, disciplina, compañerismo y honor. La Estrella vivió la experiencia de ser un chacabucano por un día.
La aventura militar partió el día anterior. Muy temprano sonó mi celular. "¡Buenos días!, ¿con el periodista del diario?". El redactor de esta nota respondió en forma positiva. La voz tras el teléfono, con rápido y firme tono procedió a dar una inesperada noticia. "Está todo listo para que se aliste por un día en el regimiento Reforzado Chacabuco, lo esperamos mañana a las 08.00 horas, con sus implementos ¡que tenga buen día!".
En shock. Primero, nunca supe quién me llamó; segundo ¿por qué yo? Pensé que era una broma, una pitanza o algo por estilo, pero con el paso de las horas me puse inquieto. ¿Y si no me presento? ¿Me mandarán a buscar y me quedaré adentro? Decidí presentarme de todas formas.
Regimiento Reforzado Chacabuco.
Llegué hasta la puerta, donde el guardia de turno me detiene. Le expliqué que venía a vivir la experiencia de un día como chacabucano. Con escuetas palabras me dice que tengo que esperar instrucciones en una sala.
Tras varios minutos esperando, hasta mi ubicación llegó un fornido hombre de boina verde. Se presenta como el capitán Riquelme, jefe del Comando de Telecomunicaciones del regimiento, sección a la cual sería designado. Después de entregarme las primeras instrucciones y poner especial énfasis en la larga lista de actividades que viviría durante mi corta estancia al interior del reducto militar de Collao, supe que todas las experiencias al interior del Chacabuco serían de verdad y que me tendría que preparar para lo que ya suponía: salir acabado físicamente.
cuarto de equipación, instalaciones del Comando de Telecomunicaciones.
Me hicieron entrega de mi equipo completo: quepí, camiseta manga larga café, pantalones y chaquetas de camuflaje, botas y cinturón de batalla, la que tenía un cuchillo. Luego de vestirme y equiparme con gran dificultad, supe que estar en el Ejército no era coser y cantar. Mi inexperiencia previa, sin ningún tipo de instrucción militar, se hizo notoria de principio a fin y en todo sentido.
Luego de quedar completamente equipado para una batalla, fui presentado ante mis superiores, los que en conjunto tomaron la decisión más devastadora para mi moral hasta ese momento.
peluquería del regimiento. "Lo primero que debe hacer, antes de iniciar cualquier tipo de instrucción militar, es ir a cortarse ese pelo".
Hasta ahí llegaron las inversiones en peluquerías de mall y la cabellera que cubría mi cuello. Sin mucho preámbulo, fui a dar donde el peluquero del regimiento, el que sin ningún tipo de duda o remordimiento procedió a cortar el pelo a punta de máquina. Despojado de mi pelo, me sentí raro, como débil y vulnerable.
Antes de integrarme al batallón, el teniente Jara, fue el superior que se encargó de hacerme entrega de mi fusil, al cual tuve que bautizarlo con nombre femenino. También, me dio las primeras luces en cuanto a las posturas militares básicas: descanso, a discreción y firme, además de seguir el paso de la marcha escuchando el bombo que marca el paso izquierdo.
La breve instrucción sería esencial para lo que venía más adelante. Mi arribo al regimiento fue en una fecha especial, pues todas las actividades estaban enfocadas en los preparativos para el Desfile en Honor a las Glorias del Ejército, por lo que me tocó internarme en la intimidad misma de los secretos de la máxima ceremonia marcial de nuestro país.
Patio del Regimiento Chacabuco.
El teniente Jara, sin mucho convencimiento de que estuviera listo y preparado para integrarme a las filas, se dirigió hasta donde conocería a mis compañeros.
"¡Atención batallón!, les presento al soldado conscripto Rebolledo. El vivirá la experiencia de pertenecer al Ejército de Chile por un día. Espero que lo ayuden y lo integren de buena manera, viene de la prensa así que si les pregunta algo, no tengan temor en contestarle con la verdad, aquí no hay nada que ocultar, así que se le responde todas las dudas que le surjan, ¿estamos?", despachó el teniente Jara.
La respuesta fue inmediata, al unísono y en perfecta sincronización entre los más 30 jóvenes que escucharon la instrucción. "¡Afirmativo mi teniente!", dijeron con tono alto y al mismo tiempo.
No sé si me alegré por su enérgica respuesta o me asusté de inmediato por el hecho de que vendría a romperles una coordinación con mi inexperiencia. Si yo lo hacía mal en algún momento, todos pagaríamos un tipo de penitencia. Debía estar atento en todo momento.
Al internarme en el grupo, la recepción fue cálida. Ninguno de los jóvenes sobrepasaba los 21 años y muchos de los que están adentro, lo hacen pues ser parte de las Fuerzas Armadas les brinda una oportunidad de hacer carrera y surgir.
Tenía que hacerlo bien al desfilar. Los primeros turnos salieron casi perfecto, salvo algunos problemas con las distancias y la mirada hacia el costado, todo iba de maravilla, hasta que en el último turno, el más importante, inicié la marcha con el pie cambiado. Di pasos en el aire para cuadrarme, pero me dio la impresión que distraje a mis compañeros. Fallé cuando menos debía hacerlo, pero recibí el apoyo incondicional de todos mis compañeros, lo que me hizo sentir aliviado. Ese hecho marcaría mi estancia al interior del Regimiento Chacabuco.
El tiempo pasó volando y ya era casi hora de almuerzo. Las prácticas preparativas a la Parada Militar terminaron, y todos los destacamentos fueron enviados a sus secciones correspondientes. Me formé en la fila y entonando un cántico nos fuimos trotando. Aunque suene quejumbroso, a esa altura ya me dolían los pies gracias a las botas y lo más complicado estaba por venir, pues me tenían preparado un broche de oro como actividad final.
Ubicados en las puertas del cuartel.
Los superiores pasaron revista. El que no tuviera sus botas lustradas ni sus implementos de rancho completos tendrían que pagar con sentadillas. Varios tenían claro que sería su turno y el que no contestaba de manera enérgica, se agregarían una decena de ejercicios más. Tras la inspección nos dirigimos al casino del regimiento o rancho, como se le conoce de forma más común.
Sacar bandeja metálica y esperar el turno, esa era la dinámica. El menú del día: porotos con tallarines, ensalada de repollo y zanahoria, jugo, pan y jalea, todos con baja dosis de sal y azúcar. A pesar de que no tenía fe, el almuerzo fue bastante agradable al paladar. Tras compartir con los chicos, y enterarme qué hacían de sus vidas, los superiores nos dieron un tiempo libre, donde los jóvenes pudieron fumar y hablar ya más relajados, un relax necesario, pues la jornada de la tarde sería de alta intensidad, en especial, para mí.
Puerta del Comando de Telecomunicaciones. Después de darnos unos minutos para lavar nuestros utensilios y enseñarnos el himno "La Alborada", las actividades continuarían en una especie de dojo de artes marciales. Era el turno de aprender llaves, movimientos rápidos y golpes letales. Nuestro instructor nos mostraba los movimientos a seguir y como si fuera un muñeco de trapo, uno de mis compañeros voluntarios estaba en el suelo en cosa de segundos. Nosotros debíamos repetir la secuencia de movimientos en compañía de un compañero, a veces sin mayor éxito. Patadas quiebra huesos y maniobras inmovilizadoras quedaron grabadas en mi cuerpo.
Adolorido por el ajetreo que conlleva tanta llave y combo, vendría lo peor: el pentatlón militar, una pista de obstáculos con tiempo cronometrado, en la cual, incluso se realizan campeonatos internos de las Fuerzas Armadas.
Vallas, escaleras, fosos, murallas y barras para equilibrios, fueron suficientes para dejarme fuera de combate. Con la lengua afuera, logré "terminar" la prueba. No me podía los brazos y mis piernas ya parecían de lana. Ya eran las cinco de la tarde y estaba totalmente rendido. Cuando todos terminamos de pasar las pruebas, el teniente Jara, dio la instrucción más esperada, por lo menos para mi. "Procedan a ir a su estancia y prepararse para irse de franco", dijo.
Al trote, los chicos fueron a calzarse su uniforme de salida. Por mi parte, me duché y me cambié de ropa. Esperé que salieran afuera de las instalaciones que me acogieron por un día, esperé que salieran y di las gracias a todos por la experiencia vivida. Superiores, instructores y compañeros me enseñaron el valor del compañerismo, el honor y el orgullo de ser chacabucano.J