Matrimonio chorero sobrevive en medio de la nada gracias a la pesca y recolección de algas
Pedro y María viven solos, sin luz ni agua. Sin embargo, dicen ser felices al estar día a día en contacto con la naturaleza.
Amedio camino entre las playas Huesillos y Los Lobos, en el Parque Tumbes, se encuentra la morada de Pedro Leal y María Sepúlveda, matrimonio chorero que vive feliz, en medio de la nada, hace más de 30 años.
La historia de esta singular pareja y su hogar se remonta a la década del '70, cuando la familia dueña de los terrenos donde habitan, les ofreció quedarse en el lugar y les permitió construir su casa en agradecimiento a su lealtad y a todo su trabajo realizado. "La señora nos dijo que podíamos vivir aquí hasta que muriéramos y que nadie nos podía sacar", relató María.
Y así lo hicieron, pues al momento en que sus patrones emigraron de la ciudad comenzaron a montar su domicilio con restos de materiales que don Pedro recolectaba en los sectores aledaños. "Busqué cartones, tablas, latas y todo lo que sirviera para armar mi casita, hasta que la terminé", comentó.
Sin embargo, doña María recuerda que en un principio estuvieron ubicados en playa Huesillos, más conocida como "Los Perros". "Nosotros teníamos la casa abajo, porque estábamos solos y nos quedaba al lado del mar, pero cuando nació nuestro hijo, tuvimos que venirnos para arriba, ya que nos daba miedo que le pasara algo", reveló.
Es que la mujer indicó que su primogénito era muy travieso y siempre se metía en problemas. "Por esos años, el mar llegaba más adentro y nuestro cabro andaba leseando por todos lados y eso que era chico todavía", sostuvo la mujer.
A pesar de vivir sin los servicios básicos que debe tener una casa en la actualidad, el matrimonio señala sentirse feliz, con lo poco que tienen. "Yo soy nacido y criado acá. Este lugar en mi pasión. Tengo mi casa y mi trabajo juntos. No lo cambiaría por nada del mundo", pronunció el hombre.
No obstante, su esposa expresó que le encantaría tener una casa más cerca de los consultorios de salud. "Me gusta estar aquí, porque estamos tranquilos, pero ya somos viejos y cuando nos enfermamos es muy difícil. Las ambulancia no llegan hasta acá", opinó María.
No recuerdan exactamente qué edad tienen ni menos cuál es la fecha de hoy, sólo saben que deben levantarse cada jornada para salir a trabajar. "Me despierto como a las cinco de la mañana y me coloco la ropa para salir al mar", expresó Leal al hablar de su vida diaria.
Posteriormente, el pescador artesanal, también conocido como "Catay", se toma una taza de té bien caliente y baja hacia la playa para revisar si su bote amaneció con ganas de zarpar. "A mi chatita la tengo guardada bajo techo y la inspecciono antes de salir para ver si está todo en orden. Si es así, me meto al mar, pero por aquí cerca no más, porque mi nave es medio chica", puntualizó.
"Catay" indicó que existen semanas en que sale a laburar todos los días. "Cuando el pescado anda medio saltón, salgo a la mar. Si no hay nada, me dedico a recolectar maricos en la orilla", explicó.
A veces le va bien, otras no tanto, sin embargo, se las rebusca para generar dinero. "Cuando alcanzo a juntar tres o cuatro lotecitos de pescado, salgo a vender y a negociar a la población Centinela".
Ahí aprovecha de abastecerse de pan y azúcar para la semana. "Con lo que gano compro lo necesario para comer", comentó.
"Nosotros siempre pedimos pan añejo, porque es más barato. Nos gusta prepararlo frito para el desayuno", enfatizó María.
Al igual que su marido, la mujer también se levanta temprano para ir a buscar algunos productos de mar para la comida. "Aunque no veo mucho, salgo con mi bastón a buscar lo que pille, pueden ser algas o cochayuyos", indicó.
Asimismo, relató que cuando le va bien en su recolección, las va a vender a la población más cercana, para tener un poco de dinero para imprevistos. "Agarro mi bastón, mi chal y salgo aunque me demore una eternidad".
El matrimonio tiene un sólo hijo, quien se fue de su lado hace años para iniciar una mejor vida. "No le gustaba mucho aquí, porque queda muy lejos de todo", indicó la mamá.
Su pequeño, como lo llama María, los visita esporádicamente. "De repente viene a vernos, es medio flojo para caminar. Además tiene hartas pegas y siempre tiene que hacer algo, pero no me hago problema", dice el padre.
A principios de año la municipalidad chorera fue en rescate de la familia Leal. "Nos regalaron una caja de mercadería, pero ya no nos queda nada", indicó Pedro Leal.
A pesar de este panorama, este chorero tiene fe en que podrán salir adelante cuando comience a full la temporada de recolección de plantas marinas. "Ya viene el tiempo de la captura de algas y ya hablé con el compadre que me las compra, así que hay que esperar no más", dijo con optimismo.
Por el momento, se dan vuelta con lo poco que les queda, aunque relatan que "nunca nos vamos a morir de hambre, porque tenemos el mar al lado de nuestra casa y el nos da comida día a día. Lo que nos faltará son las cosas para la preparación y el acompañamiento", señalaron siempre optimistas.
Para muchas personas el 27 de febrero de 2010, es una fecha traumática. Sin embargo, para esta familia chorera pareció ser un día igual que todos, pues ninguno de los dos se dio cuenta de la magnitud de la tragedia. "No vimos nada ni sentimos nada", puntualizó doña María.
Es que el matrimonio está acostumbrado a los movimientos y sonidos bruscos de las olas. "No supimos del tsunami, porque aquí no pasó mucho. Subió el oleaje, pero pensamos que era producto del mal día", relató la mujer.
Igual confesó que tiene un sueño profundo y que fue don Pedro, quien sintió el movimiento, pero que ella somnolienta le había dicho: "Viejo fue un temblorcito no más, sigue durmiendo".
Y así lo hicieron, pues al amanecer recién supieron de la gravedad del asunto. "Supimos que la cuestión había sido grande, cuando los marinos andaban buscando a unos pescadores y pasaron por acá", expresó.
María Sepúlveda indicó que durante esa noche un grupo de de jóvenes estuvo festejando en la playa Huesillos. "Llegaron unos chiquillos a acampar ese día, pero cuando nos levantamos ya no estaban, quizás ellos supieron del terremoto y se fueron para sus casas, pero no nos pasaron a avisar na'", comentó.
Ni siquiera la vivienda del matrimonio les dio señales de lo ocurrido. "A mi casita no le pasó nada, ahí está paradita sin ningún rasguño de ese día".
Lo que sí les causó un par de sustos, fueron los temporales del año pasado, ya que su casa se goteó entera, pues el viento se llevó un par de latas.
"Estuvo bien crudo el invierno pasado. Nosotros la vimos fea. Se nos voló las latas del techo y tuvimos que colocar hartas piedras para que no se siguieran yendo", relató don Pedro.
Así y todo, pudieron pararse nuevamente, pero la mala racha otra vez les tocó la puerta. "Hace algunas semanas nos entraron a robar y se llevaron todo lo de valor, dejándonos con lo puesto".
Pese a la adversidad, la familia Leal, no piensa deshabitar el recinto, por ningún motivo. "Estamos acostumbrados a estar solos los dos. Nos pueden asustar, pero no nos iremos, ya que pretendemos morir aquí los dos juntos", finalizó el pescador. J