Los últimos kilómetros de extenso camino de Leonel
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A esta hora, Leonel Álvarez Salas (59, cumple los sesenta a fin de mes) debe estar avanzando a paso lento por la carretera que une María Elena con Tocopilla. Quizás pensará en todas las aventuras que ha tenido con su carrito a mano, un vehículo lleno de banderas chilenas que -dependiendo por donde esté pasando- debe ser el único punto colorido en la inmensidad del desierto. Ya han pasado ocho años recorriendo las rutas de Chile, en una caminata que está a punto de terminar.
Conocido como el "Carretonero chileno", estaba en el sector del kilómetro 12 en Antofagasta, cuando accedió a conversar con La Estrella. Refugiándose del sol bajo un paradero caminero, el Carretonero recuerda que su caminata empezó hace casi nueve años, en 2006. En ese tiempo él se ganaba la vida como buzo mariscador en la caleta Caramucho, a 41 kilómetros de Iquique, su tierra natal.
-Mi señora se llama Cecilia Barraza- cuenta Leonel, mientras los autos pasan a toda velocidad por la carretera- En Santiago se me enfermó, le diagnosticaron un tumor canceroso, y en esos meses me pidió que le cumpliera su sueño- dice.
Ese sueño era recorrer todo Chile, de punta a cabo. A él le hubiese gustado pasear junto a la mano del amor de su vida en los lagos del sur o en el desierto florido, pero el destino quiso otra cosa. Antes de morir, Leonel le juró a Cecilia que iba a caminar a pie hasta llegar lo más lejos posible. Que con sus ojos iba a observar y conocer todo lo que ella quería.
Luego del fallecimiento de su esposa, Leonel tomó el carrito de mano de su padre, con el que trabajó trasladando bolsos en los terminales de buses, o cuando estuvo empleado en la pesquera. Fue a saludar a San Lorenzo, en el pueblo de Tarapacá, y partió hacia el sur. La carretera lo esperaba.
-Yo conozco todo esto para acá- dice el Carretonero apuntando al desierto- Calama, Chiu-Chiu, Ayquina, conozco todos los interiores. Fui a Río Gallegos en Argentina, a Chiloé en un transbordador…
A medida que fue recorriendo las rutas, los camioneros comenzaron a ser sus mejores amigos. A algunos los conoce de memoria, de tantas veces que se han cruzado. De hecho, mientras conversamos con él, dos camiones hicieron sonar sus bocinas en saludo al Carretonero.
-Una vez una niña me hizo llorar, allá en Quilicura. Se acercó y me dio diez pesitos. 'Al tata, para que te compres una caluga'. Y yo cagado de hambre poh. Se fue la niña, y a las 4 de la tarde llegó con una bolsa que traía de todo: comida y bebida.
RECORRIENDO EL PAÍS
El carrito debe pesar, fácil, unos cien kilos. Su carga principal consiste en una carpa, unos baldes donde guarda su ropita, un espejo retrovisor y una maleta, donde guarda sus recuerdos: fotos de Cecilia, de sus hijos. Recortes de diarios de provincia donde va pasando el Carretonero. "También tengo mi cámara", le dice al fotógrafo, apuntando a un lente Canon cerrado. Abre la tapa, y es una taza.
Por sobre todo, el carrito está lleno de lo que lo distingue en la mitad de la ruta: decenas de banderitas chilenas, firmadas por los camioneros, turistas, o gente que admira su recorrido. "Su pueblo indígena lo saluda", dice una. Y en un lugar especial, la celeste con el escudo de Iquique.
-Tengo todas estas banderitas con orgullo. Casi todas chilenas, incluso la de Carabineros de Chile, que me regalaron en Camiña (pueblo precordillerano de la región de Tarapacá).
Como cada día camina 30 kilómetros diarios, a veces es impredecible dónde estará Leonel. El 18 de septiembre lo pasó en Salamanca; la navidad, en Pan de Azúcar, y el año nuevo en Taltal. Le gusta mucho esa ciudad, especialmente por su gente.
Por pueblo y pueblo, sin más conexión con el mundo que un celular que -en este momento está descargado-, el carretonero fue descubriendo esa extraña sensación que algunos le llaman libertad. El pelo al viento, los paisajes que fue descubriendo, el segundo en que observó por primera vez un valle tras una cuesta… ¿qué otra palabra puede explicar eso?
Hay un problema, eso sí. Los camioneros son los amigos de Leonel, pero hay gente que lo ve mal. "Hay algunos que he pillado intentando ponerle garabatos a las banderas, y eso me perjudica a mí. Hay algunos que me han tratado hasta de sapo de los pacos", dice el caminante, molesto.
TERMINAR
El viento sopla fuerte en el kilómetro doce. El Carretonero calcula que, si las condiciones climáticas lo permiten, podrá seguir rumbo a Baquedano, para luego tomar María Elena. Leonel tiene miedo de que el carrito se pueda desequilibrar con el soplido del desierto. Son los últimos tramos: luego de recorrer todo el país a pie, la promesa que le hizo a su mujer tiene fecha de término.
-El 30 de marzo acabo todo. Tengo que ir a presentarme al cementerio donde está mi señora- dice el Carretonero- Estoy feliz de la vida, voy a hacer mi vida normal.
Algunos camioneros, sus compañeros de casi una década, ya resienten su pérdida. Es que se habían acostumbrado a verlo en ruta, y que un solo bocinazo, o una conversación de pasada cambiando un neumático, fuese la expresión más breve de una sincera amistad. "Me dicen que me van a echar de menos", cuenta el caminante.
¿Y ahora qué hacer? Lo más probable que sea retomar lo que dejó en 2006, cuando era buzo mariscado.
-Si no se puede bucear, hay que sacar huiros nomás. Hay que seguir luchando, porque ahora hay que criar a los nietos- dice convencido. Leonel cuenta que le gustaría cumplir ahora su propio sueño, que es llegar a la Isla de Pascua, con su carrito. Una semanita nomás, pide.
-Quiero agradecer a los camioneros de Chile- nos pide-, la gente que me ha conocido, un saludo a la gente que me ayudó, de parte de un iquiqueño de corazón, el carretonero chileno.
Leonel piensa en el recuerdo de su amada Cecilia y en ese sueño que por fin, está a punto de cumplirle. J