Penquista revela cómo fue vivir atrincherado en crisis del Beagle
Ex soldado que estuvo en la zona austral para el 78 confiesa que hubo inquietud entre los jóvenes, pero que miedo jamás. Incluso recibieron la extrema unción.
Alejandro Belmar Ramírez, sentado en el living de su hogar ubicado en Lorenzo Arenas, relata una de sus anécdotas más emotivas vividas durante la crisis del Beagle. Cuenta que tan solo era un chiquillo de 21 años de edad cuando participó en una misa dirigida a toda la tropa apostada cerca de Punta Arenas. Afirma que jamás olvidará ese momento.
"Fue un 14 de diciembre del 78 cuando estando apostados en la Isla Dawson comenzamos una misa de campaña. Formaron todas las tropas para que participaran. Luego de eso, fue que nos enteramos que nos habían dado la extrema unción", relata, a casi 40 años del conflicto entre Chile y Argentina por las islas Picton, Nueva y Lennox, que estuvo a punto de transformarse en un enfrentamiento armado.
Era muy posible que de desatarse la batalla, él y sus compañeros podrían haber muerto en las pampas patagónicas. "Es tremendo pensar que allí pudo haber estado mi última morada", dice a La Estrella.
Belmar cuenta que, estando a la expectativa de lo que iba sucediendo los días pasaban y ellos, los conscriptos, iban perdiendo la noción del tiempo. Aún así no se escuchaba a nadie decir que quería irse o quejarse, la disciplina se mantenía en todo momento.
"Todas las noches dormíamos por ratitos nada más. No aceptaban que estuviéramos con barba ni cabello largo. Para afeitarnos debíamos agarrar nuestros cascos y caminábamos como un kilómetro para buscar agua salada. No teníamos jabón, ni toallas, muchos menos espejo, simplemente nos pasábamos la máquina de afeitar y ya", indica.
Añade que tampoco tenían ropa térmica adecuada, pero que poco a poco se fueron aclimatando y ya no se fijaban si hacía frío o no, simplemente se acostumbraron al incesante viento austral.
El ex soldado, quien lleva 37 años trabajando como guardia de seguridad privado, cuenta que a pesar de que muchos no tenían ni la menor idea de lo que estaba pasando, igual su actitud combativa estaba al cien por ciento. Asegura que estuvieron a un kilómetro de las tropas trasandinas. Veían los tanques y cada movimiento que ellos realizaban.
Alejandro cuenta que su hermano Fernando Belmar Ramírez, quien falleció hace unos años (ver fotografías en página 5) también estaba cumpliendo con el Servicio Militar Obligatorio, en la misma fecha que él. Ambos partieron juntos al sur, pero él estuvo en el Destacamento Miller de Valparaíso y su hermano en el Destacamento Cochrane de Punta Arenas.
"fue complicado"
Germán Flores cuenta que apenas tenía 18 años cuando estaba cumpliendo con su servicio militar y fue llevado desde Temuco a Punta Arenas, sin saber ni siquiera para qué iba a esos lados.
"Fue una experiencia bastante complicada y traumática, muchos de los que fuimos a la frontera éramos de otras zonas, ni siquiera sabíamos en donde quedaban ninguna de las islas por las que había disputa. Al llegar nos dijeron que había que construir las trincheras pues estábamos en conflicto con Argentina".
Resalta que fue una situación que nadie hubiera querido vivir pese a que no llegó a consolidarse, por fortuna, fue una cuasi guerra y también tuvo sus implicancias.
"Todos los días nos despertábamos y no sabíamos si íbamos a enfrentar o no a los argentinos. Lo único que teníamos claro y según nos explicaban, era que teníamos que defender la soberanía del país y que no podíamos dejar que invadieran nuestro territorio", explica Flores.
Asimismo, este ex fusilero relata que durante su estancia de ocho meses en terreno pasó momentos duros como hambre, frío, tristeza y la lejanía de su familia.
Flores aseguró a la Estrella que tanto él y otros compañeros critican a la película "Mi mejor enemigo", la cual buscaba recrear los eventos del 78. "Nunca jamás se nos hubiera ocurrido jugar a la pelota, a las cartas o tomar mate con los argentinos. Eso cambia la realidad, estuvimos al borde de la guerra. No estábamos jugando", indica.
Luego de terminado el conflicto, Germán volvió a su casa, pero luego regresó a Punta Arenas, pues -según dijo- quedó atrapado por la ciudad. Allí formó su familia, enfocó su carrera en relaciones públicas, el periodismo y la política, está última aún desempeñándola como concejal.
corresponsal
Otro que también estuvo a pocos kilómetros de la frontera, pero como periodista, fue Luis Alfonso Tapia, quien, en 1978, trabajaba como corresponsal para Canal 13 en la zona del Beagle. Vio en terreno los movimientos militares y la tensión que vivía la población civil. "Afortunadamente, el resultado de esto dejó en evidencia cómo la diplomacia le puso trabas a las armas. La razón le ganó por paliza a la violencia", reflexionó el también autor del libro "Esta Noche, la Guerra", que se refiere, precisamente, a este tema.
- ¿Qué hubiese significado la ocurrencia de una guerra?
"Me remito a lo señalado por Hernán Cubillos, que en paz descanse, hombre olvidado y artífice de la paz entre los dos países. El canciller Hernán Cubillos dijo: No tienen idea de la que nos salvamos. Era para la demolición de ambos países".
- ¿Cómo se desarrolló su trabajo de periodista en la zona austral durante esas tensas horas?
"Los periodistas éramos recibidos, entre comillas, medianamente. Nosotros manejábamos información muy relevante, teníamos manejo de muchas cosas a raíz de reuniones de trabajo que habían o entrevistas a personajes importantes que aparecían por la zona del Beagle. El temor de los marinos era que nosotros filtráramos algunas cosas y la verdad es que analizando desde el punto de vista político, efectivamente no hay nada más fácil para conocer a un país que revisar su prensa".
- ¿Cómo se hablaba de este tema en la opinión pública argentina?
"Estaban muy exaltados, deseando que no hubiera guerra. Los argentinos pedían que la paz reinara entre ambos países y en Chile pasaba lo mismo. Aquí, no teníamos ni idea de cómo sucedían las cosas en el sur y la prueba más elocuente que yo recuerdo, es que cuando queríamos saber algo mirábamos los techos altos de los edificios más importantes de Santiago, todos los cuales tenían ametralladoras".
- ¿Ustedes vieron aquellos comerciales en los que se presentaba una explícita animadversión contra Chile?
"Sí. Efectivamente. Los vimos cerca del Beagle. Ellos pasaban unos avisos por la televisión donde se veían tanques avanzando y destruyendo al enemigo que era Chile, todo eso en tono muy amenazante. Vamos a recuperar lo nuestro. Jamás habían tenido nada y de hecho ahora está todo tranquilo y no se ha vuelto a tocar el tema y no se va a tocar jamás tampoco".
- El jueves se celebraron los 200 años del Abrazo de Maipú, lo cual resulta absolutamente contradictorio con lo vivido en 1978. A cuarenta años de ese episodio ¿Cómo se le puede juzgar?
"Seamos claros. Chile le debe a la Argentina su independencia. San Martín se encargó de mover las piezas desde el Perú para poder manejar muchas cosas y en el caso de nosotros, en el Abrazo de Maipú, se sella la hermandad y la permanente unión de Chile y la Argentina. Son dos pueblos que no son guerreros. Son las cúpulas las que manejan cosas y utilizando la guerra para ganar otras cosas, pero la verdad es que en la guerra perdemos todos".
Historiador
Germán Bravo Valdivieso, presidente de la Academia de Historia Naval y Marítima de Chile y escritor del libro "1978: El año más dramático del Siglo", también se refirió a la vida en las trincheras.
"Las trincheras podían albergar de dos hasta quince hombres que pudieran estar de pie conformando núcleos de defensa contiguos que, a su vez, daban forma a un perímetro de defensa, difíciles de percibir desde el aire, pues eran cubiertas con pasto sin dejar vestigios de la tierra extraída", señala.
"Pasaban los días mejorando las trincheras, poniéndoles pasto y sacando el agua cuando venían las lluvias. Hacía mucho frío y el viento volvía peor la situación. El tamaño del hoyo era, más o menos, de un metro y medio cuadrado y había dos habitantes por trinchera, uno vigilaba y el otro dormía. En el día no debía moverse ni un dedo, por lo que prácticamente dormían, pues tampoco podían cocinar. La alimentación les llegaba en tarros lecheros con toda la comida casi helada, por lo que solamente se comían el pan, el cual era hecho con bastante manteca para que pudiera durar", explica.
"En las noches un ocupante de cada parapeto quedaba de guardia, mientras el otro salía a buscar corderos que deambulaban en la pampa y los carneaban, haciendo fuego en el fondo de la trinchera, donde no se vieran las llamas, para asarlo, el humo tampoco era problema de noche. Toda la actividad era nocturna, unos iba a buscar corderos, otros los faenaban y otros tenían que seguir haciendo la zanjas de comunicación entre las trincheras, las cuales las unían en forma de zigzag para aminorar el efecto de las bombas", dice Bravo.
El experto también se refirió a las tropas situadas en la frontera cercanas a la región del Biobío. "El Teatro de Operaciones Sur que cubría la zona frente a Concepción, fue dejado de lado al comprobar que por los pasos cordilleranos no pasaba un vehículo, ni un camión, nadie a caballo, por los que se dio prioridad a reforzar el sector más austral, en cambio aparecieron unas líneas de operaciones muy importantes. Una frente a Lonquimay en Cautín y la otra en Puyehue".
-¿Cómo se desarrollaba la vida en la población civil en las ciudades?
"Se programaron oscurecimientos, pero no se practicaron, pues no se quería causar alarma. Para mantener la tranquilidad, entre los periodistas existía un acuerdo o pacto de honor de no provocar inquietud en el país y había gran confianza en la cancillería que siempre les dijo la verdad. No se quería causar un daño psicológico a una población civil que estaba conciente de que quienes tenían en sus manos el manejo de las negociaciones, eran profesionales competentes y, por sobre todo, patriotas que defenderían, con absoluta lealtad la causa de Chile".