Pasión eterna de los relojeros penquistas
A pesar de que se diga que es un oficio en extinción, en la actualidad los relojeros de Concepción atienden a muchos clientes y no piensan en el retiro.
Reparar relojes está reservado para quienes son dueños de una enorme paciencia. Es por ello que los pocos relojeros que quedan en Concepción continúan en ejercicio sin pensar en el retiro. Mucho menos si aún hay clientes que van a dejar más de un artefacto para arreglar.
"Le dejé cinco relojes, cuando tengo problemas de este tipo voy donde él porque los repara. Hace años lo conozco y le tengo confianza", señaló Carlos Urrutia, cliente de Claudio Rodríguez, quien tiene su local en Galería Ramos.
"Hay clientes que son coleccionistas, hay empresarios, carabineros, funcionarios de la PDI. Tienen muchos relojes. A veces me han llegado de a 15", explicó el relojero, quien aprendió el oficio desde niño a través de su padre, Guillermo.
"Hay que ser un poco cirujano, tener buen pulso. Si estás estresado, lo mejor es relajarse un poco. Yo salgo a dar unas vueltas", comenta Rodríguez.
Los fallos más comunes que debe reparar son "los vidrios quebrados y las coronas y cuerdas". "El reloj electrónico es fácil de arreglar, pero no así el mecánico", subraya el sampedrino, añadiendo que lo más difícil hoy es conseguir los repuestos.
Sobre los aspectos que cambiaron con el paso de los años, sostiene que "hay muchos artefactos que cada vez tienen menos calidad por el material que se utiliza, y es muy difícil que queden buenos. Nunca he tenido miedo de quedar sin clientes porque siempre ha habido".
Confianza
Franklin Riquelme Saldías heredó el oficio y el local de su padre, Franklin Riquelme Pérez. Con su lupa y su paciencia repara un reloj a la vista de su longevo cliente en el local ubicado en la Galería Villa. Su "laboratorio" es un sitio muy pequeño, pero suficiente para arreglar todo tipo de artefactos.
"Aprendí en 1967 cuando tenía 17 años. Desde 1986 trabajo aquí de manera ininterrumpida. Muchos clientes de mi papá, quien falleció en 1994, me preguntaban por él y les decía que falleció. Después, ellos empezaron a morir y llegó gente nueva", señala
Riquelme empezó desarmando despertadores antiguos, los que hoy tiene como reliquia. "Ahora es casi todo a pila. Después me metí con los relojes a pulsera y luego llegaron los a cuarzo, ahí me metí de a poco en los nuevos métodos. Hay otras piezas, circuitos, menos ruedas. Nos acomodamos", asegura.
La paciencia y dar confianza son los aspectos fundamentales para el dueño de la relojería. "Hay gente que llega de su herencia, pero me lo dejan sin ningún problema. Además cobramos poco y el trabajo es a la vista del cliente. Eso me enseñó mi papá", sostiene.
Desde san rosendo
Julio Arriagada tiene 78 años de edad y es relojero desde los 12. Llegó a Concepción desde San Rosendo. Fue un tío quien le enseñó el oficio y tiene su local en la Galería Alessandri. "En 1957 llegué aquí en este mismo sitio donde está la galería, pero como aprendiz", cuenta.
Arriagada asegura que con la tecnología el trabajo cambió y coincide en que la calidad es menor. "En exactitud de la hora hay un avance, pero no en el material", afirma.
Además, lamenta que sus hijos y sus nietos no se hubieran interesados en el oficio. "Con toda la tecnología actual piensan que con este trabajo uno se muere de hambre, pero no", asegura el relojero con su buen humor.
De todas formas, dice que los años le han pasado la cuenta en algunos casos, ya que "hay cosas más finas que no las puedo realizar, pero como la mayoría se trata de cambiar pilas me he podido mantener muy bien".
Arriagada pretende trabajar hasta que su cuerpo se lo impida, mientras sigue atendiendo clientes. "Seré relojero hasta que ya no pueda más", finaliza.
"Hay que ser un poco cirujano, tener buen pulso. Si estás estresado, lo mejor es relajarse"
Claudio Rodríguez,, relojero Galería Ramos
"Aprendí en 1967 cuando tenía 17 años. Desde 1986 trabajo aquí de manera ininterrumpida".
Franklin Riquelme,, relojero Galería Villa
"Con toda la tecnología piensan que con este trabajo uno se muere de hambre, pero no"
Julio Arriagada,, relojero Galería Alessandri