Angélica Vásquez V.
Ya le dimos la bienvenida, cada uno a su manera. Con alguna ceremonia, alguna visualización, aumentando nuestras capas de ropa, etc. Pero está la otra bienvenida, la masiva, que incluye despotricar con todo, quejarse a más no poder, sentir un dolor aquí y otro allá. Es como que aflorara la abuelita de mil años que llevamos dentro. Para mí es una experiencia no menor. Formo parte de los friolentos eternos, ni un chaleco está de más, si camino por la calle, me quedo pensando en cómo lo hacen esas personas que apenas llevan un polerón abierto... Estoy segura que mi frío extremo viene de experiencias pasadas (otras vidas) pero mientras tanto no tengo nada más que hacer que prepararme y doblar protección. Así ocurre con todo. No es resignación, es ver y usar todas las acciones que pueda. Cómo cuando nos sentimos tristes o vemos nuestra vida sin sentido. O sucede algo que no entendemos... ¿qué se nos pide realmente? "Dejar de sufrir" ¿Y cómo lo hacemos? Aceptando lo que pasa, y viendo de qué otra manera logro salir del barro en el que aparentemente quedé atrapada... como ahora con el frío, las mañanas y tardes oscuras, y todo lo demás. Es como esto de que después de la tormenta sale el sol y que se usa para decir que pronto viene lo bueno, aunque creo que sería más sanador decir: OK, estamos en una tormenta, ¿qué puedo hacer con esto? ¿Me refugio? ¿pido ayuda? ¿espero? Y también aplicar herramientas de supervivencia espiritual. ¿Qué se me pide? ¿Qué hago yo, que siempre me encuentro tan expuesta y poco protegida ante estos temporales? Y por ahí desenredar madejitas cabezonas que andan siempre con nosotros para todos lados, no es mala idea. Porque detrás de cada experiencia que se repite una y otra vez, hay una negativa e inconciencia de hacernos cargo de nosotros... ¿Para qué seguir escapando? Somos bellos ahora. ¡Vamos que se puede! Y abríguese por favor...