La historia de las epidemias en Chile y en Concepción
Desde la época de la Colonia en adelante, innumerables enfermedades contagiosas han atacado a nuestro país, causando más fallecidos que las guerras y los terremotos: Cólera, sífilis, viruela y tuberculosis fueron las más mortíferas. Y la zona de Concepción también fue una de las más afectadas.
No hay duda de que la falta de higiene ha sido una de las causas más comunes para la difusión de diversas pestes. En tiempos coloniales el agua estaba generalmente contaminada y todas las personas estaban expuestas a esos males infecciosos.
En el "Reino de Chile", en el año 1765 una epidemia de viruela fue tan tóxica que falleció la tercera parte de quienes tuvieron la enfermedad. Sin embargo, en ese tiempo el fraile Manuel Chaparro inoculó con pus de viruela a unas diez mil personas y, según la Real Audiencia, solo fallecieron cuatro.
La inoculación era por entonces una práctica relativamente común, pero muy peligrosa. Curiosamente, Chaparro se adelantaba en más de tres décadas al médico Edward Jenner, quien en el año 1796 descubrió la vacuna contra la viruela.
En abril de 1812, el periódico La Aurora de Chile señalaba que había reaparecido este mal, recomendando la vacunación.
La sucesión de pestes no se detuvo. En el año 1816 hubo una epidemia de difteria. En aquel tiempo, en los hospitales los pacientes padecían mayoritariamente de septicemia, erisipela y gangrena.
En 1822, durante el gobierno de Bernardo O'Higgins, se nombró una comisión dedicada a estudiar cómo se introdujo en el país la erisipela negra gangrenosa. Tenía diversos síntomas; en algunos casos, atacaba las vísceras, causando mucho dolor y una muerte muy rápida. En otros casos corría los pies o las manos, causando dolores atroces. La mayoría sobrevivía, pero con las extremidades mutiladas o deformadas.
En Concepción
Concepción era una ciudad sin alcantarillado hasta avanzado el siglo XX, con lagunas, pajonales, húmeda; por lo tanto era muy frecuente que se produjeran brotes cada cierto tiempo". Esos brotes no se limitaban a los sectores menos acomodados de la sociedad, sino que afectaban transversalmente a la población. Cartes destacó el caso de la familia del filántropo Pedro del Río Zañartu, quien dejó su herencia porque su señora e hijos fallecieron de difteria, en tres días seguidos en 1880.
En la época, habían hospitales muy precarios, y apenas un médico era destinado a la atención de la población más pobre. "Se imponían controles sanitarios, igual que ahora, para que la gente que venía del norte tuviese que hacer cuarentenas efectivas, de 40 días (...) y los barcos, que solían acarrear la fiebre tifoidea, quedaban generalmente en la isla Quiriquina, a la espera de poder llegar a Talcahuano".
El panorama mejoró recién alcanzado el siglo XX cuando, ilustró Cartes, "poco a poco se fue asumiendo una actitud mas higienista y el Estado empezó a asumir responsabilidad directa a través de un Ministerio de Salud, que se creó en los años 20, y con él se estableció una política nacional de higiene, la vacunación obligatoria, instalación de alcantarillado, y eso fue reduciendo las epidemias".
De epidemias más recientes, como la gripe AH1N1, Cartes mencionó que existen muchos más registros, pero comparó con lo que se vivió en siglos anteriores, y señaló que "Chile es un país que tiene un sistema de Salud robusto y centralizado, con políticas claras, por lo tanto las epidemias de hoy ya no son lo que eran en el pasado".
"La enfermedad no cesó y en 1805 el cabildo de Valparaíso ordenó instaurar un lazareto para aislar a los enfermos con viruela. Allí se recluyó a los contagiados o sospechosos de padecer esta peste"."
900 muerto dejó en Puchacay (actual Florida) la epidemia de viruela de fines del Siglo XVII.
La enfermedad no cesó y en 1805 el cabildo de Valparaíso ordenó instaurar un lazareto para aislar a los enfermos con viruela. Allí se recluyó a los contagiados o sospechosos de padecer esta peste. Ese año el Padre Chaparro, en la puerta de la Catedral de Santiago, vacunó a cinco mil personas contra esta plaga. En 1811, con motivo de las elecciones para el Primer Congreso Nacional, el sacerdote fue elegido diputado por Santiago, integrando las filas del sector realista.
Con la llegada del proceso independentista, la viruela continuó.
En enero de 1813, en tanto, se dictó un decreto para combatir la sífilis que causaba estragos en la ciudad de Santiago.
PESTES Y MAS PESTES
En 1827 se menciona por primera vez en Chile la aparición de la escarlatina, enfermedad producida por una bacteria que ataca frecuentemente a menores de entre 5 a 15 años de edad. Sus síntomas son un sarpullido rojo intenso que se distribuye por el cuerpo, dolor de garganta y fiebre alta.
En los años 1831 y 1832 se registró una epidemia de escarlatina traída por los inmigrantes europeos que desembarcaron en Valparaíso, pasando luego a Santiago y dejando 3.705 fallecidos en el primer año y 3.013 en el segundo. Eran muchos muertos para Valparaíso, que tenía en la época 25 mil habitantes y Santiago, unos 65 mil. Entre los afectados estuvieron Diego Portales y su pareja Constanza Nordenflicht, quien estuvo al borde la muerte.
Entre los años 1865 y 1874 fueron atendidos 7.163 enfermos de viruela, falleciendo poco más de 2.200, un 31% de los contagiados.
La creencia de que estamos en el último rincón del mundo nos hace suponer que estamos exentos de estos males. Andrés Bello, en el periódico El Araucano, escribió: "El cólera no es probable que se presente en Chile, atravesando mares inmensos, ni que aparezca en el interior antes de haber visitado los puertos. Si este azote ha de recorrer la tierra, será Chile, según el orden natural, uno de los últimos países que lo sufran".
Pero el cólera llegó procedente de Argentina, en los inicios de enero de 1887. El cólera es una enfermedad infecciosa aguda que proviene de una bacteria que transmite por beber agua contaminada así como ingerir los alimentos que han sido regados con ella. En las ciudades chilenas no existía en aquella época agua potable. La población se abastecía de aguateros o aguadores, quienes extraían el agua de diferentes quebradas. También existían piletas públicas, que congregaban a lavanderas, carreteros y personas dedicadas a diversos oficios.
Los muertos por el cólera eran numerosos, por eso se dictaron normas para tratar a los fallecidos: "Trasladar los cadáveres de coléricos lo más pronto posible a una casa mortuoria, establecimiento donde se vigilarán para descubrir los casos de muerte aparente tan comunes en esta enfermedad. Envolverlos inmediatamente después de la muerte en sábanas empapadas de una disolución desinfectante. Disponer la cremación de los cadáveres y cuando esto no sea practicable, inhumarlos sobre un lecho de materia desinfectante. En este último caso, el suelo en que sean sepultados los coléricos se debe condenar a no ser cavado, ni removido, ni edificado jamás. No reducir el plazo legal de 24 horas que debe transcurrir antes de la inhumación".
Esta epidemia, que se extendió por todo el país, entre 1886 y 1888, causó según el Registro Civil 23.432 fallecidos. Años después la Guerra Civil de 1891 tuvo unas 10 mil víctimas mortales.
A nivel local, el historiador Armando Cartes detalló, la epidemia de viruela a fines del Siglo XVII provocó más o menos 1.900 muertos, que eran como un 20% de la población; además de otros 900 en Puchacay, que es la zona que corresponde hoy a Florida". Aunque en ese tiempo no existía un organismo espacializado en la Salud, ni mucho menos algo como el actual Registro Civil, "los registros de esa pandemia existen en la parroquia El Sagrario, donde se puede constatar que todos los meses morían en promedio 10 personas, y en la época de la pandemia suben a 150, 300 y hasta 600 muertos. El episodio más grave duró más o menos seis meses", precisó.