San Pedro y su búsqueda por el desarrollo
Por casi un siglo, la localidad perteneció administrativamente a Coronel, sin embargo la lejanía a dicha ciudad y los problemas de comunicación con Concepción, configuraron entre sus habitantes una identidad muy marcada.
A fines del siglo XIX, San Pedro dependía administrativamente de la ciudad de Coronel, situación que se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX. Evidenciada a través de la prensa de la época, el surgente poblado mantenía múltiples dificultades, ya que a pesar de estar conectado con la capital penquista a través del puente ferroviario desde 1889, poseía la categoría y era, además, considerado una comunidad rural periférica y desvinculada de Concepción, y de la cuenca carbonífera que en aquellos años se encontraba en plena expansión y modernización. El camino que la unía con la capital regional era objeto de permanentes reparaciones para hacer del traslado un pasaje más expedito al que normalmente se encontraba la población.
La prensa de la época menciona que en 1935 el municipio de Coronel no le prestaba ninguna atención al poblado, aun cuando éste aportaba a través del pago de contribuciones periódicas a incrementar el erario municipal de la época. En las páginas periodísticas se relata que "la única calle existente no era más que una vía llena de polvo en verano, mientras que en invierno era un barrizal en el cual se quedaban pegadas las carretas, las yuntas y los numerosos caballos existentes en el lugar. La calle, además, de incómoda, no tenía un ancho uniforme, pues existían partes en que se habían angostado a capricho de los vecinos y propietarios". Se instaba en el texto que las autoridades del Departamento de Lautaro, del cual San Pedro formaba parte, así como de la provincia, tomaran cartas en el asunto y solucionaran a la brevedad el problema, puesto que los vecinos estaban impedidos de cerrar sus propiedades a la calle de un modo definitivo hasta que no se les diese la línea que les correspondía.
A estas alturas, San Pedro acumulaba otras dificultades no menos importantes, como, por ejemplo, la existencia de pequeños negocios sin patente ni autorización alguna para comerciar. A esto se sumaba la existencia de varias ordenanzas municipales que definitivamente no eran acatadas por los vecinos. Esto sucedía a tal punto que cerdos, vacas, mulas, cabras y gallinas se criaban en la calle, causando gran incomodidad a todos quienes vivían en el poblado. Por otra parte, se hacía presente la indolencia de varios vecinos que arrojaban su basura en medio de la calle principal, a quienes, el reducido número de carabineros existentes no les llamaba la atención, aun cuando a vista de todos cometían estas severas infracciones.
Como si esto fuese poco, una situación que acrecentaba el aislamiento de los habitantes de San Pedro, eran las continuas deficiencias en la reglamentación del único servicio de balsas existente que unía a San Pedro con Concepción, ya que, de acuerdo con lo consignado en los diarios de la época, los concesionarios no pagaban contribución alguna, realizando el servicio como se les ocurría. Es decir, sin contar con horarios ni tarifas establecidas, llegando a darse la situación de que, aunque estuviesen desocupados, se negaban a trasladar a los pasajeros si se trataba de un número reducido o de una sola persona.
Hacia mediados del siglo XX, los servicios públicos tampoco escapaban al estado de abandono del poblado sampedrino. El correo no era más que una mediagua mal ubicada en medio de dos cantinas que con gruesas letras amarillas pintadas en fondo rojo anunciaban sus servicios, escenario que era complementado con un remedo de buzón. Por otra parte, el cementerio existente desde la Colonia estaba en tan malas condiciones que ni siquiera los pobres de solemnidad podían aspirar a tener el reposo eterno en ese lugar.
A pesar de todas las problemáticas y dificultades mencionadas, los hermosos parajes circundantes fueron dándole al poblado de San Pedro una condición de ser considerado un paraje grato y hermoso, donde abundaban quintas y huertos de recreo. Así lo demuestran las permanentes alusiones hechas en la prensa penquista sobre las actividades de esparcimiento efectuadas al otro lado del río, así como también, las permanentes referencias a sus especiales y atractivas condiciones naturales. Así es como San Pedro de a poco, se fue vislumbrando como un poblado con identidad propia. Sus habitantes poseyeron desde muy temprano una conciencia colectiva que los empujaba hacia la noble tarea de hacer de aquella comunidad rural un poblado urbano capaz de ofrecer a sus habitantes una infraestructura mínima para poder subsistir.
La misma prensa local ya destacaba en 1934 las bondades que San Pedro ofrecía al visitante. "Bastaba con posar la mirada sobre Concepción desde las hermosas quintas ubicadas en los altos de Candelaria, para respirar aquí un aire saturado de oxígeno, impregnado de fresca brisa marina. Con ojo compasivo y lastimero se ven los soberbios edificios de la gran ciudad, hundidos entre el cerro Caracol y los cerros de La Pampa, destacándose como brazos elevados que imploran gracia divina, las torres de las iglesias y las chimeneas de las fábricas, entre un cielo brumoso y prosaico en el que el oxígeno y la brisa de San Pedro son flores exóticas. Una prueba tangible del buen clima es la abundancia de cuarzo en todas partes y la fertilidad exuberante de sus tierras. Los limones, el azarcillo, el tilo, el olivo y las plantas más delicadas, las flores más finas y las hortalizas más tiernas nacen y crecen ahí, como en los campos sicilianos, hoy y a la par de los huertos de Egipto. Las aguas de las lagunas de San Pedro, tan potables como aquellas de las vertientes de sus montañas, blanquean por encanto. Pues claras como son y sin ser saladas, no se atina sin analizarlas lo que nadie se ha interesado por hacer qué sustancias pueden contener para convertirla en tan extraordinaria singularidad. Las tronchas y el coigüe. El boldo, el avellano, el lingue y el Canelo abundan en sus ricos bosques y los indicios de metaloides de todas clases reducen la flor de la tierra, como si supieran que necesitan estimular la vista para atraer la atención de los hombres". (Diario El Sur de Concepción).