
Nos quitaron el estadio
La familia va al estadio como quien va a una fiesta. Toma la mano de su hijo, mientras ella carga un termo con café y una bandera, los niños ríen, visten la camiseta de la Roja, y durante 90 minutos todos se sienten parte de algo más grande. Esta escena -de un pasado que aún recordamos- ha sido reemplazada por rejas que contienen hordas de hinchas enfurecidos en medio de gases lacrimógenos, fuegos artificiales y -peor aún- armas de fuego. El 10 de abril, un niño de 13 años y una joven de 18 perdieron la vida en las inmediaciones del Estadio Monumental. No murieron por estar en una zona de guerra. Murieron por intentar vivir el fútbol como lo que alguna vez fue: una fiesta familiar. Durante años, el deporte chileno ha sido colonizado por la violencia, la pasividad institucional y una ambigua tolerancia a las mafias que operan bajo el disfraz de las barras bravas.
Desaparece el estadio del encuentro intergeneracional, el lugar de socialización para niños y adultos, así como han desaparecido las canchas de barrio para dar paso a microbasurales capturados como polígonos de tiro. El Estadio, como territorio violento nutrido por un aparato de seguridad ineficaz y un Estado incapaz de prevenir, educar e imponer el orden, donde domina el crimen organizado y en que las familias nuevamente son desalojadas de su espacio de convivencia y cohesión social.
El deporte deriva en grandes beneficios para la salud física y mental, pero ¿puede en este contexto, sostenerse como herramienta formativa, promotor de conductas prosociales?, estamos hipotecando el desarrollo de uno de los factores protectores más relevantes en el desarrollo de la niñez. ¿Dónde está la garantía que una familia pueda volver segura a su casa después de un partido? Perder el Estadio no es sólo un problema del deporte; es el reflejo de nuestra incapacidad para construir espacios comunes, seguros y civilizados, para detener la violencia, llegar antes y dejar de llegar tarde.
Las recientes muertes en el entorno del Estadio -nuevamente- nos muestran como niños y jóvenes siguen pagando el costo de la violencia. Más allá de cámaras, guardias o policías debemos impulsar la prevención temprana y efectiva, escuchar y apoyar a las familias, ser capaces de desarticular las verdaderas mafias detrás de la violencia deportiva, asumir responsablemente que tenemos un gran problema y hay que enfrentarlo con evidencia y compromiso.
Quizás si lo hacemos con seriedad sea el comienzo de recuperación de los espacios arrebatados por la violencia, no sólo en la cancha, sino donde miles de compatriotas viven encerrados ajenos al espacio público. Nos quitaron el estadio. Nos quitaron las calles y las plazas. Es tiempo de recuperar nuestra libertad.
Columna
Marcelo Sánchez, gerente general de, Fundación San Carlos de Maipo
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Hace años que ya no está el teléfono público que era sujetado por esta estructura metálica instalada en Chacabuco con Paicaví. Hoy esto sólo está generando suciedad. Bueno sería revisar su existencia.
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En la vereda de la avenida Arturo Prat, entre la avenida Chacabuco y la calle Thomas Cochrane, la falta de una rejilla pone en peligro a las personas que diariamente transitan por ese sector de la ciudad.
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